EL DIARIO DE LO inesperado
He
aquí el diario de mis anotaciones, y hallazgos, sobre unas increíbles cuevas,
cuyas fascinantes pinturas podrían sorprender a cualquier hombre, y maravillar
a todo tipo de artistas. Las cuevas de Altamira .Dadas las circunstancias sobre
la incertidumbre de este nuevo descubrimiento, me he visto obligado, a realizar
este modesto diario, interpretando las pinturas y manufacturas, de estos
homínidos paleolíticos.
Como
no era de extrañar, me hallaba en mi estudio escudriñando antigüedades, viejos
libros y estatuillas, pero en esa ocasión la intriga podía conmigo, y en vez de
ello, investigaba unas figuras de bisontes, talladas en piedra y pintadas en un
perfecto nivel de realismo. No era una pintura escuálida, por lo tanto ¿Cómo
era posible, que una reliquia del paleolítico, se hubiera conservado así?
Decidí que regresar a las cuevas y empezar allí mi estudio era lo mejor. Cuando
llegué allí pude contemplar, que esparcidos por esquinas oscuras, había restos
de huesos, de lo que podía haber sido una caza primitiva. Cerca de los huesos
había un pequeño cuenco de piedra. Tan maravillado quedé por los
descubrimientos que estaba realizando, que tomé la decisión de responder a
todas mis preguntas mediante este gran experimento, me convertiría en un
verdadero ser paleolítico.
Me despedí de mi mujer y mi hija y me adentré en el
bosque para buscar cuevas vírgenes. Al pasar dos horas caminando, encontré lo
que me proponía.
Frente a mí podía ver una cueva de no demasiado tamaño,
iluminada por la luz de la luna. Guardé el poco agua que tenía y me dormí.
Primer día en el paleolítico
Me desperté todo lo tarde que la luz natural me permitió. Como era mi primer día y desconocía la situación geográfica, salí temprano a explorar la zona. Pasé por el interior de un bosque, guardé unas ramas secas en un saco y me agarré de un bastón que improvisé con una raíz seca de roble.
Tras
otras tres horas subiendo a la cima de la montaña dejaba trozos de mis zapatos
por los caminos. Tuve que pararme, desenhebrar los cordones de mi calzado y
atarlos alrededor del zapato de tal forma que me aguantaran más tiempo.
Seguí
caminando y alcancé la cumbre de la montaña. Admiré los relieves, los caminos,
los bosques y el mar. Mentalicé un posible mapa para saber donde debía ir a
proveerme de alimento y materiales. Una vez todo en su sitio, el color del sol
me indicó que era mediodía y recordé que no tenía ninguna hoguera para
calentarme durante la noche venidera. Además no había comido nada desde el día
anterior. Bajé de la montaña y me percaté de que al lado de la cueva había una
formación de sílex y pedernal. Agradecí a Dios tales rocas, ya que me
permitirían obtener fuego y crear herramientas con mayor facilidad.
Estaba
anocheciendo, cogí de mi saco las ramas que tenía, e intenté hacer fuego con el
pedernal. Tardé alrededor de dos horas en conseguir que la yesca prendiera, y
con ella todas las ramas secas.
Durante
todo ese día solo me había alimentado de plantas y frutos que encontraba. Mi
hambre era atroz. Pero eso no era todo. Desgasté mis manos y energías para
obtener el fuego. Pero las ganas de comer, eran superiores al cansancio y al
sueño, por lo que me hallaba construyendo una lanza con el bastón de roble y el
sílex para el día siguiente empezar a cazar.
Pasada
una hora me acosté.
SEGUNDO DÍA EN EL PALEOLÍTICO
Esa
mañana, mi voluntad no me podía levantar. Me había despertado, pero mi energía
no me acompañaba. Mí calzado únicamente era un impedimento a la hora de
moverme, y mis rotas vestimentas en vez de protegerme de lo externo me robaban
capacidades.
Cogiendo
la lanza que hice, intenté cazar.
El
abrasante sol terminó conmigo. Pero a punto de darlo todo por perdido, oí un
ruido y me asomé rápidamente. Resultaba ser un conejo, y sin pensarlo más le
clavé la lanza. Mi euforia era incomparable a la de ningún otro ser vivo. Por
suerte aún quedaba una pequeña llama en la hoguera. Lo dejé todo y me fui a
comer el conejo. Dejé también las vísceras para hacer una trampa. Era
completamente feliz. Nada podía apenarme. Tras disfrutar de mi caza y relajarme
un rato al lado de la hoguera, preparé la trampa con las tripas del conejo.
Mientras
esperaba a que algún animal callera, despertó mi naturaleza primitiva, y mi
mente se agudizó. Fue entonces cuando relacioné el buen estado de las pinturas
de Altamira, con los huesos partidos y el cuenco de piedra que encontré. Era
más que obvio. Los neandertales ya tenían descubierto el fuego desde hacía
siglos antes de que ellos existieran. Una anterior generación lo había
descubierto y los neandertales lo mejoraron. Ya que todos los datos obtenidos
se resumían en una cosa, las velas de médula. Por ello no había ningún rastro
de hollín en las pinturas de los bisontes. Y, por ello todo estaba en tan buen
estado.
Todos
esos pensamientos liberaron mi mente, y fue entonces cuando recordé la trampa.
Corrí rápidamente hasta ella.
Estaba
realmente claro que el Señor me estaba ayudando. ¡Ahora había cazado un zorro!
Quizás
ese sentimiento de ayuda, inició las primeras creencias religiosas. Me marché a
la cueva, despellejé el zorro y lo cené.
TERCER DÍA EN EL PALEOLÍTICO
Después
de todo lo vivido el día anterior, pude sentir, que mi normal vitalidad había
vuelto a mí. Era el tercer y último día de mi investigación. Volver a ver a mi
hija y a mi mujer se convirtió en mi completa motivación.
Pero
la mañana se había levantado muy fría, y ya era hora de cambiar mi ropa. Poco
después, se me ocurrió dejar mi agujereado chaqué, y mis rotos pantalones
largos, por una cómoda falda de piel de zorro. También sustituí mis negros
zapatos sin suela, por unas botas, de hojas de helecho y piel.
Salí
a pescar con la lanza, a un golfo cercano. Terminé mi pesca sin ninguna presa.
Me detuve. Me senté frente a la orilla, y ver la inmensidad del mar, el reflejo
del sol, el movimiento de las olas, y el vuelo de las aves, me hizo sentir que
en verdad había algo, algo que nos ayudaba, algo por lo que merecía la pena vivir.
En ese momento mi mente se vació de todo pensamiento. Y se me ocurrió. ¿Podía
ser cierto que las pinturas estuviesen relacionadas con algo sagrado?
Volví
a la cueva donde estuve viviendo durante los tres días. Me manché las manos con
la ceniza de la hoguera ya apagada.
Primero,
pinté un conejo. En segundo lugar, pinté un zorro. Y, por último dibujé una
cruz encima de cada uno.
Cuando
salí de la cueva, la mala mañana había cesado. En vez de viento y frío, se
respiraba una tarde tranquila y el sol se alzó de entre las nubes. Comprendí
que no era una coincidencia. Entendí que los neandertales eran mucho más
inteligentes de lo que pensábamos, y sobre todo aprendí lo difícil que sería
para ellos el día a día.
JUAN ROCA ARCOS - 1º ESO